La semana pasada celebrábamos la Exaltación de la santa Cruz y Nuestra Señora de los Dolores. Dos fiestas relacionadas con algo muy humano: el sufrimiento.
Los cristianos exaltamos la Cruz. Puede parecer extraño, ya que es un instrumento de tortura y de muerte. Sin embargo, Cristo la convirtió en un instrumento de misericordia y salvación. El dolor que sufrió en ella no terminó en una victoria de la muerte, sino en vida.
Sin la Cruz no habría redención.
Y, mientras el Señor agonizaba en la Cruz, nuestra Madre sufría a su lado. Una vida para Dios, pero llena de momentos duros que, a pesar de todo, no hicieron que se tambaleara su fe lo más mínimo.
En un momento dado su Hijo, a punto de morir, quiso darnos a su Madre para que fuera también la nuestra. Y ella, aun llena de dolor, aceptó seguir adelante con lo que Dios le pedía.
¡Y cuántas gracias hemos recibido por ella!
Tanto Jesús como la Virgen nos muestran algo bien claro: el dolor se puede convertir en oración. Más aún: en un instrumento de salvación.
Sí, el tuyo también.
Jesús se abrazó a su Cruz y se puso a caminar agarrado a ella mientras pensaba en mí, en ti, en todos y cada uno de nosotros. Y nos dijo que teníamos que hacer lo mismo: coger la cruz de cada día y cargar con ella. No con amargura y resignación, sino con aceptación y valor.
Nuestras cruces las podemos ofrecer por las almas del purgatorio, por nuestros hijos, por nuestros compañeros de trabajo… Hay infinidad de posibilidades. Ningún dolor tiene por qué quedar vacío de sentido.
Al contrario, mediante nuestros sufrimientos podemos ayudar a los demás a salvarse, a encontrar el camino al Reino.
¡Ánimo!
Glorifica a Dios con tu vida.