Estamos a un paso de la Navidad. Alegría, fiesta, emoción.
Y, también, sufrimiento.
Muchas veces lo pasamos por alto, porque la tristeza se oculta bajo una sonrisa. Bajo un «estoy bien».
Porque, reconozcámoslo, casi nadie quiere oír «estoy mal» y sentirse obligado a preguntar el motivo. Ni nos importa ni nos interesa.
A veces lo más valioso es que alguien, sencillamente, nos escuche. Que esté dispuesto a compartir nuestro silencio, sin tratar de escapar ni de dar soluciones a algo que no comprende.
Una mano amiga que te sujete y te mantenga a flote.
Sería bueno que esta Navidad miráramos a nuestro alrededor y nos preguntáramos si algún conocido estará pasando por algo así. Dejar de mirarnos el ombligo y pensar en los demás. Y no solo lamentarnos, sino hacerle ver que estamos ahí.
Eso sí que sería un gran regalo de Navidad.