En tiempos como los actuales, en los que la apertura a la vida se mira más bien con sospecha y hasta con desprecio (en concreto, ayer, en una charla informal, cierto compañero de trabajo se refirió a un movimiento católico con una expresión tal como “los de tener quince o dieciséis hijos”, de forma un tanto despectiva), es no sólo importante, sino necesario, mirar ejemplos como este matrimonio, padres de 21 hijos, en proceso de beatificación. Habéis leído bien: 21 hijos. Y no se trataba precisamente de millonarios. Tan sólo estaban abiertos a lo que Dios pidiera de ellos. 21 veces llamó la vida a su puerta, y ni una sola vez la rechazaron. Hoy, en muchas ocasiones, antes de pensar en un hijo parece que hay que hacer una especie de balance de cuentas a ver si va a salir demasiado caro o es mejor esperar para poder irse de vacaciones.
Este matrimonio es un ejemplo de entrega a su vocación matrimonial y de aceptación de la voluntad divina. En el momento de aceptar una vocación, uno firma (o, al menos, debería firmar) un cheque en blanco para Dios. Se trata de buscar en todo momento la voluntad divina y cumplirla. En toda vocación. Tanto el sacerdote como el monje, tanto el laico consagrado como el casado, tiene el deber de escuchar la voluntad de Dios y seguirle por los caminos por los que le quiera llevar. Aunque sean tan sorprendentes como los de este matrimonio, que ha dado lugar a otros 21 caminos diferentes.