Estamos cerca, muy cerca ya, de la Navidad. Si no lo has puesto todavía, va siendo hora de que prepares el belén. Y, cuando lo hagas, te propongo que te fijes en una cosa: dónde va a estar el Niño Jesús.
Un pesebre.
El Rey del Universo, tan pequeño que se deja recostar en un pesebre lleno de paja. San José le puso paja limpia, todo lo limpia que se pueda encontrar en un establo. Me lo imagino con un inmenso cariño, limpiando el pesebre, quitando lo que tuviera, la paja vieja, y poniendo paja limpia. Dentro de su humildad, de lo poco que habían conseguido para pasar la noche, lo mejor fue para el Niño Jesús.
Y ahora, en la Navidad, la historia se repite. Los cristianos no vivimos de recuerdos. Jesús vuelve a nacer en un nuevo pesebre. El pesebre al que ese Niño capaz de crear universos con solo desearlo quiere ir: tu corazón. Tu ser.
José le preparó el pesebre, se lo limpió, se lo dejó lo más confortable que pudo. ¿En qué estado está tu pesebre?
Es más que probable que esté en un estado ruinoso, ¿verdad? Sé sincero. Los golpes de la vida. Las decepciones, los sueños rotos, las preocupaciones por la familia, el trabajo… Y, sobre todo, el pecado, que nos destroza por dentro prometiéndonos lo que no nos puede dar para engancharnos y acabar con nuestra vida espiritual.
Incluso en ese pesebre ruinoso quiere recostarse Jesús. Es más, te ofrece arreglarlo Él mismo.
No desaproveches lo que queda de Adviento. Acude a Él. Acude al sacramento de la Penitencia. Es un gran regalo. Adecenta tu ruinoso pesebre para poner en él paja limpia, porque viene a él el que es dueño de todo lo que existe. Engalana tu espíritu, allana tus montes, rellena tus valles. Haz limpieza y pon orden.
Que ya viene. Y quiere quedarse contigo.