Situación: esperando para entrar en la consulta del médico. Hay bastante gente esperando. Como de costumbre, saco mi libro y me pongo a leer. Al fin y al cabo, cuando uno va al médico sabe que es muy probable que le toque esperar.
Bueno, en un momento dado oigo que hay hora y media de retraso. En fin, más tiempo para leer el libro. Fuera, a ratos nieva y a ratos para de nevar.
Y ocurre lo que suele ocurrir siempre en estas situaciones: alguien empieza a alterarse y a despotricar sobre lo mal que está todo, que cuánto tardan, que él tiene que irse, etc. Lo habitual. Aprovecha que sale una enfermera para decirle sus innovadoras reivindicaciones. Esta escucha pacientemente y le dice que muy bien, que está de acuerdo, pero que no es a ella a la que tiene que contarle todo eso. Que ponga una queja pidiendo que les den más recursos. ¿La respuesta del sujeto en cuestión? Que bueno, que tampoco quiere hacer guerra, que se lo dice a ella porque ella estaba delante.
Y cuando la enfermera dejó de estar delante… pues otra vez a despotricar.
¡Qué valientes somos cuando esa supuesta valentía no tiene consecuencias! Cambiamos el mundo desde nuestros sofás, sentados y al calorcito. Parecemos dispuestos a todo. Pero luego, cuando hay que hacer algo de verdad, ¿cuántos se lanzan al “mundo real” y cuántos prefieren “no hacer guerra”?
Si de verdad quieres cambiar las cosas, busca cómo hacerlo y trata de hacerlo. No te quedes en la comodidad del “es que no quiero molestar”. Los cambios siempre molestan. En primer lugar, al que quiere hacer el cambio.