Viendo al diablo por todas partes

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Un error bastante habitual en los tiempos que corren es el pensar que el diablo, en realidad, no existe. Es un error peligroso, porque sitúa al diablo en la ventajosa posición de poder actuar sin que se quiera reconocer que está actuando. Y es imposible enfrentarse a un enemigo que te empeñas en asegurar que no existe. Uno no se puede enfrentar a lo que no existe. Este error se lo debemos a modernistas y desmitologizadores, obsesionados con eliminar de la fe todo lo que no puedan explicar de forma natural. Algo muy corto de miras, cuando la fe precisamente trata de lo sobrenatural.

Pero hay que tener cuidado. La situación contraria también existe y es igual de peligrosa. Me refiero a pensar que todo lo malo que ocurre es obra demoníaca. Eso tampoco es fe católica, sino más bien superstición o algún tipo de buenismo ingenuo que cree que los seres humanos sólo podemos tener pensamientos buenos. Tenemos que tener presente que, al ser libres, nosotros podemos elegir nuestros actos. Y estos actos están bajo nuestra responsabilidad. Incluso en el caso de que estemos siendo tentados por el demonio para hacer algo, no pueden violar nuestra libertad. Y muchas, muchas veces no necesitamos ninguna tentación para hacer el mal. Reconozcámoslo. Se nos da muy bien a nosotros solitos.

La fe católica es más sana que todo eso. Los demonios existen. Son seres personales que quieren nuestra perdición y pueden tentarnos. Pero no pueden obligarnos a pecar. Somos nosotros quienes, prestándoles oído, aceptamos las tentaciones. Somos nosotros quienes elegimos, haya tentación o no. Porque somos libres, y libremente puedo pensar, por ejemplo, que me puede beneficiar mentir a tal persona en tal situación, sin necesidad de que el demonio me tiente.

Así pues, ni un extremo ni el otro.Y, más importante aún, lo mejor es centrarse en Dios. El diablo no es tan importante como Él. No le demos un protagonismo que ni tiene ni se merece.

Jorge Sáez Criado escritor ciencia ficción y fantasía
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Jorge Sáez Criado tiene una doble vida: unos días escribe sobre espiritualidad y otros hace sufrir a personajes imaginarios que se enfrentan a épicas batallas entre el bien y el mal. Informático durante el día y escritor durante la noche, este padre de familia numerosa escribe historias con una marcada visión positiva de la vida sin dejar de lado una de las principales funciones de la ficción: explorar la verdad.