Pues la Navidad va de eso. Y muy especialmente para quienes nos hacemos llamar cristianos. ¿Acaso no decimos que Jesús vuelve a nacer en nuestros corazones? No se trata de una ñoñería para quedarnos tranquilos y a gustito, aunque lo parezca si no vamos al fondo. Si leemos el Evangelio vemos que la de Jesús no fue una vida precisamente ñoña ni tranquila. Es una llamada clara a la conversión de los corazones para quitar todo aquello que no permite que Cristo sea el único dueño y señor de nuestras existencias. Y hay que estar avispado, porque esa conversión tiene que darse todos los días de nuestra vida. En cada una de nuestras decisiones, buscar hacer la voluntad de Dios.
Parece que eso tan, en principio, inocente y hasta ñoño si se entiende superficialmente, cobra un cariz un poco más inquietante, ¿verdad? Ya no se trata sólo de cantar unos cuantos villancicos y olvidarnos hasta el próximo año. Resulta que es algo mucho más serio que influye en toda nuestra vida. Pues bien está que recapacitemos sobre ello y, con pleno convencimiento, comencemos la ardua tarea de convertirnos.