El sábado, en el rezo del Rosario antes de Misa, oí algo extraño. Al principio, no tenía muy claro qué era. Hasta que presté atención.
Había alguien que rezaba el Padrenuestro de una manera diferente. Añadiendo algo de su propia cosecha.
“Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Pero no a los que nos roban“.
De primeras, puede parecer algo incluso gracioso. Pero, en realidad, no lo es.
¿Qué habrá experimentado esa persona para no querer deshacerse de ese rencor? ¿Para asegurar que no va a perdonar a quien le ha robado nada menos que en la oración que Cristo nos dejó?
Es una reacción muy natural, muy humana. Perdonamos sin problemas todo lo que apenas nos afecte. Pero, cuando se trata de algo que nos ha hecho daño de verdad… Ya no es tan sencillo.
El Señor nos manda amar incluso a nuestros enemigos. Nos manda perdonar. O, de lo contrario, no seremos perdonados. Es así de radical. Tenemos que buscar ser santos como nuestro Padre es santo. Si Él perdona, nosotros tenemos que perdonar. Esa es la condición para que Él nos perdone.
No podemos añadir ese tipo de coletillas al Padrenuestro, porque sería como si Jesús nos dijera que nos perdonará, pero no si hablamos mal del prójimo. O si no ayudamos a quien nos necesita. O si somos egoístas.
¿Alguien se podría librar? Todos somos pecadores. Todos. Pero Jesús no hace algo así ni quiere que lo hagamos nosotros.
Ser cristiano no es fácil. Es un camino de amor. Y eso incluye el perdón (que recordemos que no está reñido con la justicia). Si tenemos un Dios que todo lo hace porque es eterna su misericordia, nuestro deber es seguir su ejemplo.
De lo contrario, no estaremos siguiendo el camino de Jesús, sino uno diferente.