Este artículo fue publicado en la revista Icono de la editorial Perpetuo Socorro, año 109, número 1, de Enero de 2008. Está sacado de mi libro La Escala de la Felicidad.
La fe y la tecnología
Hay veces que me asquea el cariz que están tomando las cosas al respecto de la tecnología, aun viviendo de ella por mi trabajo. Es decir, se supone que la tecnología es una herramienta. Debe serlo. Sin embargo, da la sensación de que últimamente se la considera más un fin que un medio. Ponemos chips por todos los lados, móviles con su cámara, radio y demás (cosa, en mi opinión, bastante absurda), siempre hay que estar a la última en temas de tecnología o no eres nadie.
Se está intentando sustituir el vacío que queda tras dejar de creer por la tecnología, y es evidente que así no se va a llenar nunca. Siempre estaremos buscando el último móvil, la última cámara digital, la última pijadita que ponerle al ordenador. Y ahora, hasta controlamos animales mediante chips (por ejemplo, ya somos capaces de controlar una rata a distancia).
¿Se debe a falta de ética? Más bien, búsqueda de algo con lo que llenar el vacío de la fe que se va perdiendo. Ahora se busca, cada vez más, la redención digital. Millones de personas en busca de una cámara digital. Todo lo digital es bueno, lo no digital es anticuado y obsoleto. Lamentable.
El hombre ha abandonado todo lo sagrado que tiene la vida, y ahora se encuentra con el problema de rellenar ese hueco de su vida con algo trascendental, pero no lo consigue. Y por ello necesita más y más para tratar de llenar un hueco que nunca se llena.
La tecnología puede (y debe) servir como instrumento para llevarnos a un mundo mejor. Pero sin confundirnos y verla como un nuevo Dios. Sin embargo no suele ser la tónica general, o por lo menos, eso me parece.
La tecnología es útil para facilitarte el día a día, la comunicación y demás. A eso me refiero con lo de que sirva para hacer un mundo mejor. Que nos facilite la vida y la ayuda a los que no tienen nuestras facilidades. Hacer payasadas tecnológicas e híbridos insípidos no sirve para nada. Ni facilitan la vida, ni ayudan al desarrollo. Son sólo juguetes para engorde económico del que tuvo la brillante idea. Como dijo un compañero de estudios, se trata de abrir nuevos mercados, nuevas necesidades. Cierto, no hace falta un móvil con cámara, pero se puede conseguir que la gente crea que le hace falta. Y ahí está el problema.
La cosa es que nos acostumbramos a estos apegos y adicciones tecnológicas y luego es complicadísimo pensar en la posibilidad de no llevar la tecnología colgando siempre. Es una forma de esclavitud. Es irónico, nos creemos más libres que nunca y somos más esclavos que nunca. Y encima somos esclavos de trastos. Creo que fue Séneca el que dijo: “Mayor soy y para mayores cosas nací que para ser esclavo de mi cuerpo”. Pienso que esta cita también sería aplicable a la tecnología. A veces envidio la forma de vivir de órdenes como los cartujos, que no necesitan esas comodidades para sus vidas.
No nos engañemos, la tecnología en sí misma no tiene ningún valor moral, es neutra. Son sus usos los que pueden ser buenos o malos, positivos o negativos. Por ejemplo, la genética no es ni buena ni mala en sí misma. Sin embargo tiene usos morales, como la detección y el tratamiento de enfermedades, y usos inmorales, como la clonación humana.
También veo completamente inmoral el afán de “vender”. Es decir, vender lo que sea, como sea. ¿Que invento un frigorífico con antena parabólica y conexión para obtener la temperatura en Siberia e igualarla? Pues hay que venderlo. Es una tontería, pero hay que venderlo, y siempre habrá alguien que lo compre. Eso, a mi entender, es el verdadero problema. Quien se quiere aprovechar y quien deja que se aprovechen. La falta de una educación correcta sobre la libertad y la esclavitud. Y la raíz del problema está en la divinización del progreso, sea del orden que sea. Como da a entender un anuncio que he visto hace no mucho, “todo lo nuevo es bueno”. Con eso, creo que lo han dicho todo ellos mismos.
La divinización de la economía y la divinización del progreso pienso que ahora mismo son dos problemas que van de la mano. De hecho, creo que es mayor problema la divinización del progreso que la de la economía, por una razón: al ciudadano de a pie no le intentan “endosar” nuevas maravillas tecnológicas haciéndole creer que va a ser positivo para su economía, sino haciéndole creer que va a ser positivo para él en sí mismo y como persona. Ha llegado a un punto en el que ya no se piensa en la economía (excepto, claro está, quien se empeña en vender a cualquier precio, válgame el juego de palabras), sino en que el producto hace falta porque sin él ya no eres, digamos, tan persona como antes. Ya no eres moderno, ya no vives en el mundo actual, ya te quedas desfasado. Así se quiere hacer creer, por ejemplo, que quien no sepa utilizar Internet se queda en analfabeto, y no me parece que sea correcto. No es más que una herramienta, y por tanto sería como decir que el que no sabe utilizar un martillo es un analfabeto. Pero esto resultaría muy extraño y cómico decirlo públicamente, al contrario que si dices que el que no sabe usar un ordenador es un analfabeto.
Esta situación radica en la divinización de la economía, pero estamos viendo y viviendo que la divinización del progreso se está haciendo “independiente” de su madre (la divinización de la economía), para ofrecernos un nuevo ídolo al que adorar (y pagar). Y no nos queremos dar cuenta de hasta qué punto dependemos de cosas que no necesitamos realmente, que nunca nos llenarán, que no son más que una esclavitud que nos imponemos a nosotros mismos y nos negamos a romper.