El escritor católico (o el católico que escribe, que viene a ser lo mismo), por lo que implica ese ser católico, tiene una muy seria responsabilidad ante la nueva evangelización.
Antes de continuar, quiero dejar claro que yo entiendo por nueva evangelización volver a la primera evangelización. Esto, que parece una especie de juego de palabras, a lo que se refiere es a que pienso que debemos volver a lo de siempre: a ser coherentes. A dejar que todos los aspectos de nuestra vida estén impregnados por nuestra fe. Conocer la fe, vivir la fe, proclamar la fe.
Volviendo al tema que nos ocupa, nos encontramos con que el escritor católico, en el acto de escribir, también estará influido por esa fe. Y eso es una gran responsabilidad de la que no debemos intentar evadirnos.
Cuando uno escribe un ensayo o un texto piadoso, es fácil. Pero ¿esto es transmisible a, por ejemplo, la fantasía o la ciencia ficción?
Sin duda, así es y así debe ser.
Podemos, con nuestros textos, luchar por la creación de un mundo mejor. Mostrar las maravillas del ya existente, denunciar el mal. Tenemos un gran poder en nuestras manos y es ridículo desaprovecharlo. Es más, diría que es ofender a Dios.
El mundo necesita personajes positivos, que den ganas de imitarlos. Que no sean meapilas, eso causa rechazo hasta a los católicos. A mí el primero. Sin embargo, seguro que todos podemos recordar algún personaje normal, pero que nos impactó porque, aunque no era un santo, aunque a veces no actuaba bien, buscaba el bien. Procuraba ser coherente, hacer siempre lo correcto. Aunque no siempre lo consiguiera. Un personaje que fuera capaz incluso de luchar contra lo que parecía el destino, porque quería defender a todo lo que amaba.
Personajes “positivos” que uno quiera llegar incluso a imitar. Personajes “negativos” en los que se vea que el mal es malo, pero que puede haber redención. Incluso mostrar que alguien no es malo porque sí, sino que busca siempre algún bien para él. El egoísmo como lo contrario del amor.
En nuestros escritos tenemos la responsabilidad de aportar esperanza a este mundo en el que lo gris, lo oscuro, lo negativo, intenta hacernos creer que es colorido y hermoso. Tenemos la responsabilidad de mostrar que la redención es posible. Que la vida siempre es mejor que la muerte. Que el amor no es un vulgar sentimentalismo, que tiene unas características y unas exigencias. Que no todo da igual, que hay opciones mejores que otras.
La subcreación que decía Tolkien puede ayudarnos a mejorar la creación. De ahí nuestra responsabilidad. La literatura, el mundo de la cultura en general, habla al interior de la persona. Creamos mundos alternativos, es cierto. Pero esos mundos tienen un reflejo en la realidad en la que creemos. Y ese reflejo, purificado, es bello. Ese reflejo que mostremos tiene que hacer crecer al lector, tiene que decirle que no está abocado a lo que diga la sociedad. Que puede y debe encaminarse hacia algo mejor.
Pero no se trata de forzar estas características. Eso se nota y quedará, hablando en plata, una chapuza. Debería ser una consecuencia de la coherencia con la fe que se dice profesar.
Eso sí, necesitamos quitarnos de encima la vergüenza y el miedo a que nos señalen por ser católicos. No es malo que nos señalen. Así, quien quiera buscar a alquien que viva la fe que se refleja en el texto, no tendrá más que seguir los dedos que nos acusen.
Una responsabilidad muy grande. Somos subcreadores. Y nuestra subcreación puede influir en la Creación. Debe influir en ella.