Hay veces en la vida en las que sufres una sacudida tal que parece que todo se va a desmoronar. Hay momentos en los que recibes la peor de las noticias: la muerte de alguien cercano. Y siempre es de improviso. Da igual que haya sido por algún accidente o por una larga enfermedad, nunca te lo esperas.
Y, por eso, a veces dejamos cosas a medias, asuntos sin resolver, palabras sin decir, abrazos sin dar.
El hecho es que tenemos la tendencia a vivir como si fueramos inmortales. No solo tú o yo, sino todo aquel con el que nos relacionamos. Vivimos en la seguridad, absurda seguridad, de que habrá un mañana. De que podrás volver a hablar con esa persona. De que siempre podrás acudir a ella.
Pero la realidad es dura: puede que no haya un mañana para ti, para mí, para esa persona a la que has herido, para esa persona a la que no la dices todo lo que deberías que la quieres.
Y es que ciertas cosas tendemos a dejarlas para más tarde. Total, mañana le vuelvo a ver, ¿verdad? O, si no, al día siguiente. Pero tenemos que aprender a no asumir que vamos a tener otra oportunidad. Por eso, di «te quiero», abraza, reconcíliate cuanto antes con quien te hirió. Porque puede que, de lo contrario, dejes heridas abiertas que te vayan comiendo por dentro. A ti o a los demás.
No somos inmortales. Somos, de hecho, bastante frágiles. Así que no tengas miedo. Las expresiones de cariño no te hacen más débil. Al contrario, pueden demostrar una gran fuerza. ¿O es que es más fuerte el que se empeña en mantener alimentado el rencor que quien busca la reconciliación?
Hace un tiempo una prueba me dio un resultado un poco raro según mi médico. Eso podría desencadenar un problema muy serio de salud. En definitiva, no tenía claro si todo iba bien o si al irme a la cama no iba a volver a despertar. Al final no fue nada, pero los días en los que estuve, por así decirlo, con el agua al cuello fui mucho más comprensivo, mucho más cariñoso, mucho mejor padre y esposo, porque tenía el acicate de tener presente que, quizá, cada día que pasaba fuera el último.
¿Qué te quiero decir con esto? Que vivas cada día como si fuera el último.
Eso no significa comportarse de forma alocada, como si no importara nada. Al contrario, todo tiene importancia. Cada detalle, cada gesto. Todo. Tanto para tu eternidad como para la vida de quienes seguirán aquí. Eres responsable, al menos en parte, de las personas con las que te relacionas, porque esa relación tiene el poder de cambiar sus vidas para bien o para mal.
La muerte te puede sorprender a ti, a mí, a cualquiera en cualquier momento. Y solo tenemos el presente para actuar en él.
Actúa.