Se trata de una sonrisa de pura inocencia. Pero también sus llantos son de pura inocencia. No podemos caer en la absurda trampa de pensar que, cuando un niño llora, es para engañarnos o porque sean “unos listos” que sólo quieren llamar la atención. Eso es un síntoma de pretender que los niños sean adultos antes de tiempo. Como lo de pretender que duerman por narices el tiempo que los padres quieran. ¡Cuánto daño psicológico tienen que soportar algunos niños por parte de padres que les dejan llorar sin cogerles! ¿En serio creen que dejar sufrir a alguien es positivo?
Contemplar a mi hijo es una de las experiencias más maravillosas que me ha podido conceder Dios. En él se resume el amor entre Ana y yo y entre Dios y nosotros. Y me maravilla continuamente. Por esa mirada limpia, tan limpia como jamás se verá en ningún adulto. Por esa capacidad de hacerme olvidar todos mis males con una sola sonrisa. Por esas sonrisas totalmente inocentes y gratuitas. Por esa capacidad de continua sorpresa ante todas las cosas. Incluso por esas lágrimas de quien no sabe qué le pasa ni sabe expresarlo, pero confía en que nosotros le podamos ayudar.
Quisiera poder preservar en él esa inocencia. Quisiera poder recuperar mi inocencia perdida, la mirada limpia, sin dobleces que una vez tuve. Quisiera ser capaz de reírme como él.
Ensoñaciones de un padre encantado de serlo. ¿O quizá no son sólo ensoñaciones?