Podríamos decir que el discernimiento es el proceso por el cual uno decide qué camino tomar, qué hacer en un momento dado. ¿Cuál es mi vocación? ¿Debería aceptar ese trabajo?
No es un proceso fácil. Al menos, no necesariamente. San Ignacio de Loyola hizo discernimiento durante más de un mes para decidir si las casas de la Compañía de Jesús tendrían rentas o no. Y hablamos de un maestro de espiritualidad de primer orden.
Está claro que un católico siempre busca elegir según la voluntad de Dios. Eso tiene una serie de implicaciones, la primera de las cuales es que no se puede elegir entre algo bueno y algo malo. Eso es absurdo. Tenemos que elegir siempre el bien. O, como mínimo, lo indiferente. Pero nunca lo malo.
Pero también implica tener una cierta relación con Dios. Tratarle. Conocer cómo el Espíritu actúa en el alma, y también cómo lo hace «el enemigo de natura humana». Y eso lleva tiempo, como lleva tiempo para dos enamorados conocerse. Tratarse todos los días, hablar, adorar…
Hay quien tiene la capacidad de discernimiento de una ameba: lo que me gusta lo interpreto como si viniera del Espíritu Santo y lo hago. Lo que no me gusta, no es del Espíritu y no lo hago. El gran fallo de todo esto es que nadie está tan integrado con Dios como para querer siempre lo mismo que Él. Se trata de puro y simple egoísmo, pero del más difícil de eliminar en cuanto que transmito mi egoísmo nada menos que al Espíritu Santo y le utilizo para camuflarlo como «libertad de espíritu».
Para hacer una buena elección hay que despojarse de estos egoísmos e ir ante Dios buscando sólo su voluntad. Ni más ni menos. Esa es la clave. Y os puedo decir por experiencia que es la parte más difícil de la elección. Aceptar de verdad que la opción elegida va a ser la buena si la que Él quiere y que no tiene por qué ser la que más me guste. Estar dispuesto a dejar de lado tus preferencias para poner a Dios por delante. Es duro. Muy duro. Pero también puedo decir por experiencia que, cuando lo haces, ya tienes prácticamente todo el camino hecho.
Unas veces será rápido y claro. Por ejemplo, alguna vez se me ha ocurrido alguna idea para una novela o relato que me gustaba. Pero prefiero, antes de lanzarme a escribir, ponerme delante del Santísimo y consultarlo con el «Jefe». Bueno, pues al poco de llegar a la capilla y de plantearlo, encontrarme con la seguridad absoluta de que debo abandonar esa idea. Es más, para ser preciso con la idea de no perder tiempo en escribir eso.
Otras veces no lo será. El discernimiento de mi vocación tuvo sus complicaciones. Hubo mucha oración y mucho esfuerzo. Y dolor. Y alegría. Pero elegí bien. Debo dar gracias a Dios, además, por haber contado con el padre Unquera (QEPD) como director espiritual en esa época. Me guió muy bien, como un auténtico padre.
San Ignacio de Loyola, un maestro del discernimiento, nos deja en sus Ejercicios Espirituales un auténtico manual de cómo hacer elecciones a partir del punto 169. En cierto modo, todo el texto de los Ejercicios está orientado precisamente a hacer elecciones según la voluntad de Dios. Os recomiendo encarecidamente hacer los Ejercicios. Rumiarlos. Vivir las contemplaciones.