Tenemos que recordar que los sacerdotes son humanos. Y sí, tienen sus defectos. Como todo hijo de vecino. Y los hay con más maña para hacer las homilías que otros. También los hay con más capacidad para predicar, o con más habilidad para la administración. Son humanos.
Lo que no es de recibo es que haya quienes, además de no escuchar en la homilía (reconozcamos que muchos de los que se quejan de las homilías ni siquiera las escuchan), les echen en cara que la Misa les aburre. Pobrecitos, no les parece amena. Han llegado a la conclusión de que, ya que se les pide poco más de media hora a la semana para que mantengan algo de contacto con la Iglesia y con Dios, durante ese tiempo lo importante es que ellos se diviertan, no que Dios se haga presente. Así, a veces buscan iglesias donde les parezca más amena o, directamente, dejan de ir a Misa.
Yo me pregunto si esa gente tiene idea de qué es la Misa. Aunque sea una idea remota. Porque, francamente, no me imagino a san Juan al pie de la Cruz, diciendo que se está aburriendo y que si no puede ir más rápido o hacerlo más entretenido. Ni me imagino a ninguno de los discípulos en la Última Cena charlando entre ellos porque no les divierte Jesús mientras se entrega hecho pan.
Entonces, me pregunto una vez más: ¿por qué a algunos les aburre?
Y me respondo yo también, que o es que no saben qué pintan ahí o estaban buscando un circo y se han equivocado de lugar.
Y, ¿cuál es la solución?
Pues la solución no es montar un circo. La liturgia no es un circo. Uno no va a divertirse ni a entretenerse. Va a acercarse al misterio del encuentro con Cristo, al misterio de la entrega, muerte y Resurrección de Dios hecho hombre y que se hace pan para nosotros.
Los experimentos postconciliares se acabaron ya. Dieron pésimos resultados. Aunque hay sacerdotes que no se han enterado todavía. Recuerdo uno (para más inri, jesuita) que celebra la Misa poniéndose un micrófono entre los fieles y el altar y ahí se planta, dando la espalda al altar (total, sólo representa a Cristo). Luego se salta el Credo cuando quiere, y si hace falta se salta también la Oración de los Fieles. Por lo menos, tiene el detalle de consagrar en el altar. Pero no esperes que se arrodille, hace una inclinación y listos.
La solución pasa por enseñar a los fieles qué es la Misa. Que el mismo Cristo se pone en las manos del sacerdote en el momento de la consagración. Que se está entregando a sí mismo otra vez, como en la Última Cena. Como en el Calvario. Toda la Misa está orientada a ese momento. Al momento de la consagración y la Comunión.. ¿Somos conscientes de que, cuando el sacerdote dice la fórmula de la consagración, Dios se presenta ante nosotros en ese poco de pan y vino? ¿Somos conscientes de que el sacerdote actúa in persona Christi? ¿De que los propios ángeles se arremolinan extasiados alrededor de este misterio? Algo así de maravilloso no puede ser aburrido para nadie que sepa lo que está viviendo.
Quiero citar aquí un párrafo que, en el blog Con arpa de diez cuerdas, nos indica Raúl del Toro:
“¿Qué subyace a todo esto? Una total incomprensión de la liturgia en su dimensión externa e interna. Un olvidar que la liturgia es algo que nos supera, no envuelve y nos espera. Que no podemos jibarizarla a la raquítica medida de nuestros gustos y capacidades, sino recibirla tal y como la tiene establecida la Iglesia sabiendo que es así como Dios quiere actuar en nosotros y a través de nosotros. Que la liturgia no puede estar centrada en el hombre sino en Dios. Que no puede estar orientada a expresar vivencias, recuerdos, sentimientos o ilusiones de los hombres, por nobles que puedan ser, sino a permitir que se corra el velo de este mundo y siquiera por unos momentos seamos asociados a la liturgia del Cielo.”
La solución pasa por ser católicos no sólo de nombre, sino de verdad. Y eso cuesta. Ir a Misa no es un derecho. Es un privilegio. Y como tal debemos verlo.
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Muy buenoo!!!!!!