Hoy celebramos San Jorge y el día del Libro. Motivo suficiente para que me sienta feliz y para pediros que tengáis piedad y me permitáis esta entrada, que más va a parecer una «batallita del abuelo».
El hecho de que ambas cosas coincidan, en mi caso al menos, es casi profético. Mi amor por los libros no recuerdo en qué momento comenzó, sencillamente porque la memoria no me da para recordar ningún momento de mi vida en la que los libros no me gustaran. De hecho, lo que sí que recuerdo es más bien lo contrario, hasta en los ratos muertos desayunando o lo que sea, dejar vagar los ojos hasta encontrar algo que se pudiera leer. Lo que fuera. Desde la hoja del calendario hasta la composición de los bollos que me estuviera comiendo. Vistos mis problemas con el colesterol, debí hacer mucho más caso a lo que leía.
Ahora soy mucho más selectivo. Tanto en los libros como en la composición de lo que como. Más en lo primero que en lo segundo. He llegado a la conclusión de que no es bueno perder tiempo en libros que no me dicen nada interesante. Interesante en un sentido amplio. El cúmulo de chorradas sobre terribles secretos y conspiraciones vaticanas me parece perder el tiempo. Las impresentables tonterías sobre templarios que descubren que el Grial es un descendiente de Cristo son, sin ninguna duda, una terrible pérdida de tiempo. Sumergirme en el mundo fantástico de Brent Weeks, disfrutar de los libros de espionaje de Antonio Manzanera, por poner dos ejemplos recientes, y tantas otras opciones interesantes sí que aportan algo: entretenimiento, el saber hacer del escritor, incluso emocionarme con unos personajes que llego a recordar casi como a amigos. ¿O no os ha pasado nunca llegar a echar de menos a un personaje? Pues a mí sí. Y todo esto sin tener en cuenta los ensayos de personajes como Joseph Ratzinger/Benedicto XVI o Fabrice Hadjadj, que alimentan la mente y el alma.
Así que, desde muy pequeñito, los libros y yo tenemos una relación muy especial. Siendo así, sólo era cuestión de tiempo plantearse escribir algo. Lo que fuera. Y la verdadera culpable de que me animara a escribir un libro, mi primer libro, La escala de la felicidad, fue mi esposa, en aquellos tiempos mi novia. Ella fue la que, ante algunos textos míos me dijo, inocentemente: «tendrías que escribir un libro». Esas palabras se alojaron en mí y no me eran en absoluto extrañas. No se trataba de algo que rechazara mi naturaleza, sino al contrario: encajaba a la perfección.
De esa forma entró el gusanillo. Y ahora estoy con una novela esperando su publicación, terminando el primer borrador de la segunda, escribiendo artículos de cuando en cuando y escribiendo en este blog. Y algo que me gustaría, aunque eso sí que es complicado, sería poderme dedicar a eso en exclusiva o casi.
¿Escribo bien? ¿Escribo mal? Pues no lo sé. Lo que sí sé es que forma parte de mi naturaleza y que disfruto haciéndolo, aunque a veces cueste. De lo contrario, no habría escrito este tocho para decir que me gustan los libros y que es muy acertado en mi caso que el Día del Libro coincida con San Jorge, ¿no?
mº esther
FELICIDADES
Jorge Sáez Criado
¡Muchas gracias!