Hace unos días me ocurrió una anécdota que me hizo reflexionar sobre este refrán al que nunca le había dado demasiada importancia: cree el ladrón que todos son de su condición.
Iba con mi familia por una acera bastante estrecha. Justo delante, un coche ocupaba más de la mitad del ancho de la acera, Y un sujeto había abierto la puerta, imposibilitando que se pudiera pasar por ahí.
Bueno, en esa situación uno piensa que, al ver que se acerca gente, cerrará la puerta y te dejará pasar. Es lo que haría cualquier persona con un poco de educación, ¿verdad?
Pues no.
Nos acercamos y no hizo nada. Nos detuvimos delante del coche (no tenía ganas de sacar a mis hijos a la carretera para que pasaran al lado, para algo está la acera, se supone). El individuo nos mira y dice:
—Veo que queréis pasar.
Ante una observación tan perspicaz, solo pude responder afirmativamente.
—Sí.
—Claro, y tiene que ser por aquí.
Ojo, que la respuesta tiene su guasa. ¡Queríamos pasar por la acera! ¡A quién se le ocurre!
—Hombre, se supone que esto es acera.
Cerró la puerta y se apartó lo justo para que pudiéramos pasar en fila india, mientras decía que es que estaba cargando a sus hijos y que seguro que yo también hacía lo mismo. Por cierto, que en ningún momento vi que hubiera por ahí ningún niño.
Ojo con lo que pongo en negrita, que es lo importante.
—¿Bloquear la acera? Pues no, la verdad es que no lo he hecho nunca.
—¡Vaya! ¡La familia perfecta!
—No, perfectos no, respetuosos.
Bueno, al margen de lo rocambolesco de la situación, centrémonos en esa convicción: seguro que tú haces lo mismo.
Estoy convencido de que has oído un argumento similar en otras situaciones.
En lugar de reconocer a las claras que se está haciendo algo mal, se realiza un intento de autojustificación no con argumentos, sino asumiendo que los demás hacen lo mismo. Y, claro, si los demás también hacen algo, será que se puede hacer. Ya no necesito reconocer que estoy equivocado. Aunque no deja de ser un reconocimiento implícito de que se sabe que se está actuando de forma incorrecta.
Cree el ladrón que todos son de su condición. Si yo lo hago, es que los demás también.
Así, la responsabilidad individual se diluye en una misteriosa sopa de “todos”. Es como cuando alguien dice lo típico de que “todos somos culpables de tal o de cual”. ¿Todos? No. Más unos que otros. Cada uno tendrá que asumir su propia responsabilidad.
Pero es que no nos gusta la responsabilidad individual, aunque eso sea lo que implica la libertad. No queremos aceptar que nuestra palabra no es la ley, que no podemos hacer lo que nos dé la gana. Preferimos escondernos detrás de un “otro” o de un “todos” que también hace lo mismo. Y, si hace lo mismo, no me puede culpar. ¿Verdad?
Queremos ser libres, pero no queremos las consecuencias de la libertad. Parece uno de los lemas de estos tiempos. Aunque es algo tan antiguo como el mundo. Mira a Adán, cómo le echó la culpa a Eva. Y esta, a la serpiente. Ni se les ocurrió bajar la cabeza y decir: “sí, he fallado”. Al contrario, fue más bien: “no, yo no tengo la culpa. Fue este otro”.
Por eso, tenemos que educar a las nuevas generaciones dentro de la responsabilidad. Enseñarles que la libertad exige asumir las consecuencias de los actos, que cada uno es responsable de lo que hace, de lo que dice, y de lo que, pudiendo hacerlo, no hace.
Y la mejor forma de educar es hacerlo con el ejemplo. Así que tenemos que aplicarnos el cuento.