Hoy, en la imposición de la ceniza, nos recordaban: «convertíos y creed en el Evangelio». Ha comenzado la Cuaresma. Un período de preparación para encontrarnos con la Pasión y la Resurrección de Jesucristo. Un período para acercarnos más a Dios y a los hermanos, para creer y que se note, llevando así la Buena Nueva a los demás. Tenemos que empezar por convertirnos nosotros, que falta nos hace.
El Santo Padre indicaba, en septiembre, que «el daño a la Iglesia no lo provocan sus adversarios, sino los cristianos mediocres«. Tenemos que asumir, esta Cuaresma, que quienes más daño hacemos a la Iglesia somos nosotros mismos cuando no tenemos como meta de nuestra vida la santidad. Tenemos que desear con todas nuestras fuerzas ser santos, porque eso implica estar junto a Dios y luchar por acercarnos más a Él.
La Cuaresma es un camino hacia la Resurrección que nos tiene que servir para purificarnos y entrar más en el misterio de un Dios que se entrega a la muerte para darnos la Vida. Ante un Dios así, ¿cómo no querer estar junto a Él?