Si hay algo que hace falta hoy más que nunca es la comunicación de ideas. Estamos inmersos en un ambiente de pensamiento único que es francamente agobiante. Porque, además, ese pensamiento único es políticamente correcto, débil, incapaz de soportar la más mínima crítica (por eso prefiere aplastar a todo el que piense de otra manera antes que entrar al debate). Es un pensamiento que pretende hacer sentir (siempre sentir, siempre lejos de la razón) rebelde, cuando adoptarlo significa la postración suprema ante los poderes mediáticos (que, si no todos, en su gran mayoría lo han adoptado en mayor o menor medida) y quien los utiliza.
Ese pensamiento tan, lo siento mucho, tremendamente aburrido por uniforme, ñoño y memo, no duda en utilizar todos los medios a su alcance para difundirse. Está hasta en la sopa. Cuentos para niños, películas, novelas, dibujos animados… Por todas partes aparece. Y nos lo dejamos colar en casa. Ridiculeces como la ideología de género se asientan en las mentes por el simple medio de estar expuestos continuamente a ellas. No aguanta la más mínima lógica, pero ahí está. Y el que no lo acepte es un algófobo, un nuevo modo para marcar a los disidentes, a los que no quieren que les marquen lo que tienen que pensar.
Por desgracia, pocos hacen frente a este pensamiento. Unas cuantas quejas en redes sociales y ya pensamos que hemos hecho algo.
Lo siento, pero eso no sirve de nada. O de casi nada, siendo optimistas. No se trata de una guerra de razonamientos. Nunca lo ha sido. No nos podemos sorprender cuando a la lógica responden con falacias, sentimentalismos o insultos, porque es así como funciona.
Tenemos que inundar también el mundo de la cultura con pensamientos verdaderamente rebeldes. Dentro de ese mundo, la literatura es un lugar privilegiado, ya que la lectura obliga a la mente a trabajar, a imaginar, a argumentar. Y, dentro de la literatura, creo que la fantasía y la ciencia ficción son géneros todavía más privilegiados. Es en estos géneros donde podemos establecer paralelismos con mundos ficticios, pero creados a imagen y semejanza del nuestro. Podemos elaborar distopías en las que se puedan mostrar las consecuencias previsibles de ese estúpido pensamiento único. Podemos crear personajes valientes, honorables, rebeldes de verdad para que los lectores se lleguen a dar cuenta de que esos valores siguen ahí, esperando a que los adopten, porque cualquier persona puede llegar a ser un héroe que se enfrente a los dragones y los venza.
Alguna vez me han dicho que para qué perder el tiempo con historias de ficción con todo lo que hay en el mundo real. Creo que ese punto de vista es muy cerrado, muy incompleto. Muy ingenuo. Si alguien piensa que la ficción no puede influir en la realidad, solo tiene que ver cómo la ideología de género se ha llegado a meter incluso en los cuentos para que hasta los niños la vean como algo natural.
¿Por qué no estamos inundando las librerías con novelas (y ensayos, por supuesto) que hablen con sinceridad de valores, de la realidad, de cosmovisiones que poco tienen que ver con el ñoño buenismo que se ofende con que lo miren?
Sobre todo en libros de fantasía y ciencia ficción me he encontrado mensajes mucho más claros que una sesuda descripción para dejar claro un punto de vista. He visto seres irrelevantes enfrentarse al mayor mal posible. He visto personas de gran poder hacerse esclavas de ese poder o luchar para no serlo. He visto retratada el alma de quien se aprovecha de los demás para su propio placer.
Si eres escritor, te invito a escribir. A escribir mucho y bien sin dejarte atrapar por el infecto corsé del pensamiento único.
Si eres lector, te invito a leer, a favorecer a los escritores que no aceptan ese pensamiento único, a difundir sus palabras.
La guerra cultural está ahí. Y nadie va a venir a rescatarnos. Tenemos que lucharla nosotros.