Leyendo en algunos foros de literatura sobre ciertos libros y viendo en algunos blogs curiosos consejos sobre cómo escribir novelas, me he dado cuenta de que he debido de cometer un pecado imperdonable como escritor. Y, lo que es peor, lo voy a seguir cometiendo. Y, peor aún, ni siquiera me arrepiento de ello. Sí, soy así de malo.
Se recomienda que los personajes sean “auténticos”, algo con lo que no tengo ningún problema. Es más, es algo que procuro buscar (y creo que lo consigo, a juzgar por los comentarios que me han hecho). Pero también hay quien recomienda que, para que el lector no cierre con una mueca de disgusto el libro al llegar a ciertos pasajes, el autor no debe mostrar ni por asomo su religión, su moral ni nada que se le pueda parecer. Nada moralizante. Nada que pueda oler a una moraleja, que no es otra cosa, según la RAE, que una lección o enseñanza que se deduce de una historia. Es decir, el lector no tiene que ser capaz de deducir ningún tipo de enseñanza. Esa es la responsabilidad que algunos ponen en los hombros del escritor.
Por lo visto, dado que el lector tiene sus propios pensamientos sobre estos temas, el escritor que pretenda tener un poco de éxito debería ocultar los suyos, no sea que parezca que, de alguna forma, intenta convencer al lector. Algo, claro está, de muy mal gusto y muy mal visto por la sociedad.
Un pequeño dato que no suele ponerse de forma explícita, pero se ve con claridad al ver ciertos análisis de libros es que el escritor que tiene que guardarse de este posible tipo de influencia es el escritor que podríamos denominar conservador. Y, si es católico, peor aún. Si alguien escribe un libro poniendo a caldo a los sacerdotes no pasa nada. Nadie tiene derecho a sentirse ofendido. Es sólo una opinión, sin más. Pero ojito, como a alguien se le ocurra ensalzar a los sacerdotes o la moral católica, ya no pasa de panfleto propagandístico.
Por poner un par de ejemplos, aunque no sean católicos: en cierta crítica leí que la serie Divergente, de Veronica Roth, era “demasiado cristiana”. ¿Sabes por qué? Porque no había sexo.
El segundo ejemplo es un tanto diferente: la saga Crepúsculo, de Stephenie Meyer. Vi una crítica en la que ponían a los libros especialmente a caldo porque la autora es mormona y se reflejaba su moral en los libros. ¿Sabes en qué se fijaba el sesudo crítico? En efecto, lo de siempre: moral sexual.
De la misma forma, libros como el fantástico El Padre Elías, de Michael D. O’Brien, parecen destinados solo a lectores católicos, cuando cualquiera podría disfrutar de una novela muy bien escrita y con trasfondo. Al menos, todavía nadie ha dicho (que yo sepa) que el Quijote sea una basura porque Cervantes era católico, pero cualquier día ocurre.
Pues bien, tenemos un pequeño problema con todo esto. Y es que el escritor, al igual que el lector, también tiene sus posicionamientos sobre todos estos temas. Y es que resulta que la escritura es un acto de comunicación. Por tanto, todos los escritores, si son sinceros, reflejan parte de su mundo en su obra. Lo que se nos pide, por tanto, es que mintamos para tener un posible éxito. Que nuestros personajes sean auténticos, sí, pero que no sean demasiado políticamente incorrectos, no sea que el lector se asuste y se encuentre que hay personas que piensan diferente de lo que está bien visto. Mira que si se encuentran una forma de ver el mundo que les gusta más y les da por darle vueltas…
Según esos parámetros, estoy condenado a no ser un escritor de éxito. Los protagonistas de mis dos primeras novelas, Llorando sangre y Apocalipsis: el día del Señor, son católicos. Y sí, se les nota. Sí, y también reflexionan. Y hablan de Dios. Y de otros temas.
Para rematarlo, he escrito una serie de libros para ayudar a vivir el rezo del Santo Rosario, Meditando el Santo Rosario. Es que no tengo perdón.
El resto de mis libros quizá no son explícitamente católicos (al menos, de momento), pero lo que está claro es que no voy a renunciar a lo que soy para satisfacer las opiniones de moda. Llevan, por tanto, la cosmovisión que alimenta mi vida, especialmente la esperanza, que creo que es algo que hace mucha falta en los tiempos que vivimos. Es algo que reflejo siempre que puedo. Incluso uno de los libros lleva esa palabra en el título, Magia, heroísmo y esperanza.
No creo que nadie se lleve a engaño a estas alturas. No me escondo. Esta web está plagada de muestras de mi forma de pensar y de vivir. Creo, además, que la ficción es una herramienta fabulosa para explorar la verdad. Actuaría como un vulgar cobarde si me dedicara a violentar a mis personajes para que no reflejen mi mundo interno. Sería una estupidez, porque los personajes son parte de ese mundo. Unas veces saldrá una obra más reflexiva. Otra, con un cierto toque de terror. Otra, de ciencia ficción. Quién sabe. Pero llevará mi impronta.
Lo único que sé es que si alguien busca en mis libros un peloteo más o menos discreto a la forma de pensar y de actuar imperante, que vaya olvidándose de leerme. Va a perder el tiempo. En cambio, si no le importa compartir su tiempo conmigo durante unas horas (en el caso de los libros) o unos minutos (en el caso de artículos), si no le importa vivir un rato el resultado de los destellos sinápticos que se han traducido en letras mientras atravesaban todos esos posicionamientos, llevándose algo de ellos, en ese caso, amigo lector, tengo el deber de agradecer tu confianza y de seguir escribiendo más y mejor para crear más de esos espacios compartidos en los que nuestros seres se expanden y se encuentran en el texto.
Muchas gracias por tu apoyo.
José María de la Torre
Me has dejado de piedra. No había escuchado esa “máxima” en la literatura actual. Es un insulto a lo que es realmente el arte. El arte, y en este caso la literatura no es algo objetivo, aséptico. Su función es comunicar lo que el autor quiere llevar fuera de su mundo interior: es algo subjetivo, y siempre lo será. Quien diga que sus personajes no transmiten su forma de pensar, miente. Lo que sí pueden transmitir es la cultura que se considera hegémonica y neutral en la sociedad, pero que en absoluto lo es, ya que todos, sociedad incluída, hemos de posicionarnos ante el mundo y la objetividad de alguna manera (además, lo subjetivo puede ser Verdad).
Un libro que reniega de mostrar la forma de mostrar de su autor, podrá tener exito un día, ser un entretenimiento vacuo para despejarte de un día duro. Empero, uno que muestre el espíritu de su autor, tal vez no tenga éxito tan rápido, pero su moralina traspasará los siglos. Si no, que se lo digan a los clásicos.
Un libro podrá tener una forma preciosa, pero sin fondo no es nada… (soy de los que prefieren una forma preciosa, pero como camino para mostrar un fondo aún más bello)
Aún no te he leído tu novela, pero tú sigue como hasta ahora (yo también lo haré con mi obra). Al fin y al cabo, el éxito en el arte es un añadido. Lo importante es transmitir la Verdad. Muchísimas gracias por tu reflexión y “rebeldía” tan acertada.
Jorge Sáez Criado
Muchas gracias por tus palabras, José María.
Imagínate la cara que se me quedó cuando lo leí ya no sólo de forma más o menos solapada en algún foro de literatura, sino directamente en uno de esos decálogos que tanto les gusta hacer a algunos…
Manuel Alfonseca
Estoy cien por cien de acuerdo con este artículo. A mí me ha pasado lo mismo. Una vez presenté una novela a una editorial, y al rechazar su publicación me dieron este argumento: “Es que este libro enseña cosas”. O sea, que al menos en esa editorial, el objetivo de una novela es no enseñar nada.
Jorge Sáez Criado
Bueno, una novela puede no tener como objetivo enseñar nada. Pero de ahí a rechazarla porque exprese ideas, que casualmente siempre son las mismas, va un abismo.
O recuperamos el mundo de la cultura de este asfixiante pensamiento único, o lo llevamos crudo.
Muchas gracias por comentar.