Hay veces en las que, mientras rezamos, se nos cruza alguna idea en la que nos enfrascamos, alguien nos pregunta algo, o sencillamente vemos algo que hace que dejemos de prestar atención a la oración. Nos distraemos.
A veces sienta muy mal.
Eso sí, es muy importante tener en cuenta que es algo totalmente normal. La imaginación es la loca de la casa, parafraseando a santa Teresa de Jesús. Por mucho que nos queramos centrar en lo que sea, es fácil que una simple mosca volando acabe descentrándonos.
Pero ¿qué hacer cuando esto ocurre?
Muy sencillo: volver a la oración como si no hubiera ocurrido nada. Está bien, te has distraído. Pues, en cuanto te des cuenta, deja la distracción a un lado y céntrate de nuevo en el Señor.
No te obsesiones con que te has distraído. Déjalo correr. Solo vuelve a la oración. Nada más.
Sin empezar de nuevo. No te dejes llevar por los escrúpulos, que solo te servirían para hacerte perder la paz. Si te dedicas a empezar la oración cada vez que te despistas o que no rezas con la suficiente concentración, te pondrás más y más nervioso en busca de una perfección que, sencillamente, no existe. Y todo por el miedo a estar ofendiendo a Dios al no hacer bien la oración.
Confía en la misericordia de Dios. Él conoce bien la debilidad humana y nuestra intención.
Glorifica a Dios con tu vida.