Cuando publiqué mi primera novela, Llorando sangre, le regalé un ejemplar a un amigo.
¿Sabes lo primero que me dijo?
De esto no se vive.
Nada de enhorabuena, de ánimo ni nada de eso.
De esto no se vive.
Es algo muy llamativo y sorprendentemente característico del ser humano. Por algún motivo tenemos la tendencia a machacar a los demás. A no valorar sus logros. A tratar de rebajar lo que sea que consigan.
A cortar la cabeza de todos los que, de una manera u otra, sobresalgan un poco. No sea que nos sintamos inferiores por un momento.
No sea que nos demos cuenta de que no somos el centro del universo.
Esto es algo en lo que tenemos que trabajar cada uno de nosotros. Mirar en nuestro interior para encontrar a ese yo que se cree más que los demás. Que necesita que le digan que es el más importante, que lo puede todo.
Y decirle con claridad: te equivocas.
Ese personaje que llevamos dentro quiere algo para nosotros. Seguramente protegernos de decepciones, de la vergüenza o de sentirnos inferiores. A su manera, tan equivocada, pretende cuidarnos. Tenemos que decirle que gracias por lo que intenta, pero que no es necesario. Que el que otra persona consiga alguno de sus objetivos no hace que seamos inferiores. Que podemos alegrarnos por los demás y disfrutar de sus logros.
Es un trabajo a realizar con sinceridad y amabilidad con uno mismo. También con firmeza. Sanando esas heridas interiores que han llevado a esa situación.
Pero, sin duda, es un trabajo que merece mucho la pena.
Deja una respuesta