Un cierto día, al prepararme para la Confesión, al hacer el propósito de enmienda, me di cuenta de que más de una vez, aunque sí que quería cambiar y abandonar mis pecados, se trataba de un propósito un poco “light“, por decirlo de alguna manera. Sí, quiero cambiar, pero a la vez quiero caer.
Es curioso. Creo que muchos de nuestros pecados los cometemos porque queremos que ocurran. Y no sólo me refiero al momento de caer (si no ha sido algo voluntario, poco pecado puede ser). Me refiero a nuestra predisposición. Todos tenemos unos ciertos pecados que vuelven una y otra vez. Van unidos a unas ciertas debilidades que cada uno tiene (y debe conocer). Y, en el fondo, muchas veces queremos perder en la batalla contra la tentación. O, incluso, podemos querer a la vez vencer y perder. Seguramente no nos demos cuenta, pero ahí está.
Entonces, pensé que había que rechazar esos pecados pero de verdad. Y costó. Al final, se trata de renunciar a una serie de apegos que parecen formar parte de ti. Y si no se hace de verdad, es más fácil caer de nuevo. No puedo decir que si se hace no se vuelve a caer, pues somos débiles. Pero sí que puedo decir que rechazarlos de verdad ayuda a que le cueste más al enemigo hacernos caer, porque estaremos realmente queriendo la ayuda de Dios para apartarnos de esos apegos.
Eso me recuerda a las promesas bautismales. ¿Cuántos pensamos seriamente en lo que creemos y a lo que renunciamos? Cuando decimos que renunciamos a Satanás, a sus obras, etc, ¿realmente pensamos en una decisión firme y consciente? ¿Estamos realmente dispuestos a rechazar la pereza, el egoísmo, las malas caras cuando alguien que no nos cae bien se nos acerca? ¿Estamos dispuestos a renunciar para siempre a despotricar sobre aquella persona con la que nos llevamos tan mal? ¿Estamos dispuestos a dejar de utilizar ese lenguaje soez?
Creo que es un buen ejercicio repetirse frecuentemente y lentamente, saboreando y pensando cada palabra, esas promesas, haciéndolas concretas en cada uno.
Renuncio a Satanás.
Renuncio a todas sus obras.
Renuncio a todo lo que me pueda ofrecer.
Renuncio a todas sus apariencias y engaños.
Renuncio a mi pereza para estudiar.
Renuncio a pensar que siempre llevo razón.
…
Y, de la misma manera, agarrarnos a lo que creemos. A aquel en quien creemos. Expresar nuestra confianza plena en Jesucristo, Dios y Salvador nuestro. Con Él, lo podemos todo.