Mientras quede una mínima posibilidad, yo no me rindo jamás

Relacionado con el tema de la entrada “Rompiendo los límites“, os quiero contar otra anécdota. Esta vez de hace bastante más tiempo, cuando estaba terminando EGB.

Era un niño tímido. Muy tímido. Mucho más que ahora. Y llegó un punto en el que no me quedó más remedio que ir a las Colonias. Os podéis imaginar la gracia que me hizo tener que ir a esas convivencias.

Pero bueno, centrémonos. El caso es que hubo que ir. Fue en Tarragona, en Loreto. Teníamos unas libretitas en las que, francamente, sólo recuerdo haber apuntado una frase de todas las veces que el monitor nos habló sobre diversos asuntos. Supongo que el resto sería paja o, en cualquier caso, temas que no me marcaron en absoluto. Pero esa frase sí. No recuerdo quién nos dijo que la había dicho, pero es para enmarcarla: “Mientras quede una mínima posibilidad, yo no me rindo jamás“.

No voy a entrar en lo mal monitor que era el que nos tocó en gracia ni lo mal que lo pasé. Eso no tiene importancia ahora mismo. Lo que sí la tiene es ese recuerdo que me llevé y que tengo cada vez más presente. Rendirse significa abandonar, dejar de luchar. Decir “no puedo lograrlo“. Si se llega a ese punto, puede ser que sea cierto y hayamos calculado mal nuestras posibilidades. Culpa nuestra, desde luego no es para estar orgulloso. O puede que no sea cierto y sea, como en el caso de los límites, tan sólo una excusa para volver a la comodidad de dejarse llevar por la vida. Tampoco es como para estar orgulloso.

Hay que saber elegir nuestras batallas, nuestro camino a seguir. Pero una vez que lo vemos claro, no nos podemos rendir. Siempre hay que seguir adelante, siempre un paso más. Aunque cueste. Aunque no lo veamos claro. Aunque parezca que ya no podemos.

Cuatro años

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Hoy, Ana y yo celebramos nada menos que nuestro cuarto aniversario de boda. Cuatro años ya. Echo la vista atrás y veo tantos momentos, positivos muchos y, por supuesto, negativos otros. No hay que ser tan ingenuo como para pensar que todo es “vivieron felices y comieron perdices” (aparte del hecho de que prefiero un buen chuletón a una perdiz). Las dificultades se entretejen siempre en nuestra vida. Siempre. Nunca podrás apartarte de ellas. Y ¿sabes? Es mejor que sea así. Son precisamente las dificultades las que te miden como persona. Son ellas las que te hacen madurar, las que te enseñan a vivir.

A estas alturas, Ana y yo podemos decir que, en este proyecto de comunión que Dios nos ha dado y que se llama matrimonio y paternidad, vamos pasando por los momentos complicados aprendiendo de ellos, asimilándolos en el todo de nuestra vida con la ayuda del Señor. Subir cuesta arriba ayuda a fortalecer las piernas.

En el matrimonio, ni las alegrías ni las tristezas son patrimonio exclusivo de uno de los dos. Se convierten en nuestras alegrías y en nuestras tristezas. Y, así, las alegrías se multiplican y las tristezas se dividen. Es una aritmética un poco peculiar, pero es así.

La felicidad no es un subidón emocional. Es este entramado de momentos encauzados dentro del sueño que Dios ha tenido para nosotros. Llevamos cuatro años inmersos en ese sueño, y esperamos estar en él muchos, muchos, años más. Como mínimo, tan felices como ahora.

Culturetas

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¿Qué pasa en el autodenominado «mundo de la cultura» desde hace un tiempo? No sé vuestra impresión, pero a mí me da la sensación de que hay una cierta parte de sujetos de ese mundillo que parece estar convencida de que la Iglesia es una especie de freno de la cultura y del avance científico.

Los comecuras, los que creen que, a estas alturas, descubren tremendas confabulaciones en las que la Iglesia habría ocultado terribles secretos durante dos mil años, los que quieren sacar a la Iglesia de la Universidad. Los que se creen adalides del pensamiento racional. Otro cultureta venido a escritor que se queja de las manifestaciones en favor del «maldito derecho a la vida». Alguno por ahí que se enorgullece de dar ideas sobre personajes bíblicos en sus libros que no le gustarán a la Iglesia.

Sí, uso la palabra «cultureta» para definir a estas personas. Porque un cultureta es, según el DRAE, «una persona pretendidamente culta». Pero sólo pretendidamente. Porque si fueran cultos, sabrían que, por ejemplo, el origen de la Universidad está en la Iglesia. Se darían cuenta de que, donde más han avanzado la ciencia, la tecnología y las libertades civiles es, precisamente, en los países de tradición cristiana. Se darían cuenta de la ingente cantidad de cultura en todas sus diversas formas que se ha desarrollado en el seno de la Iglesia. Sabrían que el primero que ideó la teoría del Big Bang fue un sacerdote católico. O que el que asentó las bases de la genética fue otro sacerdote católico. O que hay importantes científicos católicos. Y un larguísimo etcétera.

Puede que se trate de algún tipo de estrategia para parecer «rebelde» ante las masas idiotizadas y ganar algún nuevo cliente, o sencillamente son una panda de necios venidos a más. Pero lo más triste es que su público se trague sus tonterías sin ningún espíritu crítico y luego las repita como nuevos dogmas.

Un pequeño gran microrrelato

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Hoy os dejo esta imagen en la que he añadido un microrrelato que escribí el día de Corpus Christi de hace tres años. Se la dedico a Carlos, mi párroco, a mi director espiritual, que en paz descanse, y a todos los sacerdotes que he ido conociendo a lo largo de mi vida y que, de una u otra manera, me han ido acercando cada vez más a Dios.

Cuando el sacerdote levantó la Hostia, Pasión y Resurrección se condensaron en un instante, los ángeles se quedaron fascinados observando y Dios decidió seguir derramando su amor a la humanidad“.